Puesta de sol en el Observatorio
del Roque de los Muchachos (La Palma).
Foto: Carmen del Puerto.
Foto: Carmen del Puerto.
Aún son
alevines cuando remontan los ríos, en cuyas aguas dulces permanecen hasta el
momento de su reproducción. Entonces se dirigen al mar en gran número y allí
cambian de nombre, alcanzan la madurez. Son las angulas camino de ser anguilas
de “la región de los Sargazos”. Julio Cortázar escribió sobre este ciclo
inspirándose en un artículo publicado en Le
Monde, París, el 14 de abril de 1971. Compuso así su Prosa del Observatorio*, un conjunto de metáforas de la ciencia
que hablan de la afición a la astronomía de un sultán llamado Jai Singh; un
sutil juego de imágenes, donde las anguilas del océano se confunden con
estrellas en la noche y son contempladas desde los observatorios indios de
Jaipur y Delhi.
Literatura y ciencia se
fusionaron en Cortázar con tintes astronómicos, como también lo hicieron en
otros autores. Dante describió en la Divina
Comedia un universo fiel a las concepciones de su tiempo; Rafael Alberti
dedicó versos al cometa Halley como
testigo de excepción de sus dos últimas visitas; Jorge Luis Borges encerró todo
el espacio cósmico en El Aleph; y
Edgar Allan Poe intuyó en sus cuentos el misterio de un agujero negro, mientras que en Eureka
esbozaba la teoría del Big Bang.
Ahora que se cumplen cien años
del nacimiento de Julio Cortázar, he querido rendirle un humilde tributo con
esta entrada que abría mi tesis doctoral y, al mismo tiempo, expresar mi
agradecimiento al profesor, periodista y escritor Pedro Sorela por obligarme a leer Prosa
del Observatorio, entre otras joyas de la literatura.
*CORTÁZAR, Julio. Prosa del Observatorio. Editorial Lumen. Barcelona, 1974 (e.o.
1972).