Detalle del frontón del edificio del Reichstag en
Berlín
con el lema Dem
Deutschen Volke (“Al Pueblo Alemán”)
Foto: Laura PDP.
Querido Pueblo Alemán:
Os escribo no porque
el planeta estuviera pendiente de vuestra decisión del pasado domingo ni porque
vuestra particular Dama de Hierro, abogada de los “recortes” y de la
austeridad, haya rozado la mayoría absoluta. Tampoco porque Alemania sea la
potencia política y económica más influyente en Europa pese a haber perdido –ignominiosamente-
dos guerras mundiales, ni porque tengáis la capital con más vergüenzas en su
pasado reciente, hoy tan bien asumidas y enmendadas.
Os escribo no porque
Gutenberg inventara la imprenta y diera nombre a una conocida galaxia, como
sabemos los que hemos estudiado a Marshall McLuhan, un visionario de la
presente y futura sociedad de la información. Os escribo no porque músicos,
filósofos, físicos, escritores y cineastas, entre otros, os representen
dignamente, ni porque hayáis tenido una de las estrellas más brillantes del
firmamento, un ángel azul llamado Marlene Dietrich, aunque la actriz alemana terminara
adoptando la nacionalidad estadounidense.
Os escribo porque sois
un pueblo con mayúsculas, un gran Estado, heredero del Sacro Imperio Romano
Germánico, especialmente después de que el reino de Prusia ganara la guerra a
Francia, se anexionara los ducados y principados alemanes del Sur –excluyendo a
Austria- y se creara en 1871 el Imperio alemán con dos indiscutibles nombres
propios: el emperador Guillermo I, káiser del Segundo Reich, y el estadista Otto
von Bismarck, otro conocido Canciller de Hierro de Sajonia.
Os escribo, en
definitiva, por tan compleja Historia, porque sin duda sois una gran nación, con
lengua propia, si bien se sabe que vuestro peculiar nacionalismo se construyó
en su mayor parte gracias a las guerras napoleónicas, a las ideas del
Romanticismo, a los cuentos populares de los hermanos Grimm y, sobre todo, a la
vehemente labor de los propios historiadores alemanes del siglo XIX. Muchos son
los ejemplos de falsificación de la Historia para alimentar el narcisismo
colectivo, de reconstrucción de los hechos para probar la existencia continuada
de una nación desde la antigüedad, incluso de la formulación de teorías para
justificar la superioridad de una raza. Y con ello, no señalo a nadie, ni
siquiera al Pueblo Alemán, pero invito a reflexionar sobre ello, al margen de
las ideologías, como lo ha hecho la historiadora canadiense Margaret MacMillan en
su libro Juegos peligrosos: usos y abusos
de la Historia.