Detalle de Un
náufrago (1890), obra en yeso patinado del escultor Mateo Inurria.
Museo de Bellas Artes de Córdoba.
Foto: Carmen del Puerto.
Estuvo diez días a la
deriva en alta mar, hasta que Gabriel García Márquez lo rescató del olvido. El
marinero de la armada colombiana entró entonces en todas las facultades de Periodismo.
Los incondicionales de Manuel Leguineche y alumnos de Pedro Sorela no sólo supimos
de aquella odisea caribeña, testimonio de soledad y manual de supervivencia. “Relato
de un náufrago” contenía, además, las claves del reportaje perfecto, el género periodístico
que mejor interacciona con la literatura.
También aprendimos que
los gobiernos mienten y que se paga un alto precio por contar la verdad. Tras el
reportaje, que ponía en evidencia a la dictadura
militar colombiana, se clausuró El
Espectador, periódico que lo había publicado por entregas, antes de
convertirse en best seller; se
marginó al protagonista, Luis Alejandro Velasco, pese haber sido "proclamado
héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la
publicidad"; y se condenó al exilio en París al periodista autor de Cien años de soledad que obtendría el
Premio Nobel de Literatura en 1982.
¡Cuánto magisterio! ¡Cuánta
generosidad! Imposible no estar en deuda con todos los nombres propios que hoy
rescato en “El bazar de la Metáfora”. Porque también ellos nos “salvaron” permitiéndonos
alcanzar la orilla, aferrados a un mástil, como el náufrago de Mateo Inurria.