lunes, 26 de agosto de 2013

SERIE BERLÍN: El rapto de Nefertiti


 
Detalle de un gran cartel con la imagen de Nefertiti a la entrada del Neues Museum de Berlín.
Foto: Laura PDP.

Eras tan bella que, aún hoy, todos te desean. Tu enigmática mirada, aunque te falte el iris del ojo izquierdo, perturba más que la ambigua sonrisa de la Gioconda. Si hubieras nacido en Grecia, te habrías llamado Helena de Esparta y habrías dado origen a la épica guerra de Troya. Pero como naciste en tierra de faraones, desde hace un siglo son los alemanes y los egipcios los que se disputan tu imagen, aunque sin llegar, de momento, a las manos.

Poco se sabe de ti, pero sin duda fuiste algo más que el busto policromado que se exhibe en el Neues Museum de Berlín. El 6 de diciembre de 1912, el egiptólogo alemán Ludwig Borchardt te descubrió en el suelo del taller de un escultor llamado Tutmosis, en las ruinas de Amarna.

Un inciso sobre Amarna. Fue el sueño de un controvertido faraón egipcio que alteró significativamente las convenciones del arte y la religión de la época. Una ciudad nueva levantada al borde del Nilo y rodeada de un semicírculo de montañas que la aislaban del desierto. Una capital efímera, en el Egipto Medio, a medio camino entre Menfis y Tebas, y a la que su promotor, Amenhotep IV, alias Akhenatón, bautizó como “horizonte o resplandor de Atón (disco solar)” por adorar en exclusiva a la divinidad egipcia que representaba el Sol. Hoy, esta ciudad, conocida como Tell El-Amarna, es un yacimiento que ha proporcionado a los historiadores una fuente de información insospechada. Probablemente, porque su esplendor se desvaneció cuando dejó de ser capital del reino y fue abandonada, digamos que por fortuna, para caer en el olvido definitivo y permanecer con el tiempo escondida, pero prácticamente intacta.

Vuelvo a ti, Nefertiti. Casada con el faraón Akhenatón, fuiste declarada “esposa divina”, lo que aumentó tu poder terrenal y espiritual como reina egipcia. Desempeñaste un papel similar al de tu esposo en todas las ceremonias religiosas y compartiste con él la función pública, algo insólito en el Egipto Antiguo. También lo era ser representada en escenas íntimas con el rey y tus seis hijas, así como venciendo a los enemigos del país, una iconografía esta última propia de la realeza masculina. Algunos autores mantienen incluso que Smenkhare, sucesor de Akhenatón, pudiste haber sido tú misma.

Borchardt se enamoró de ti nada más verte. Cómo reprocharle al entonces director del Instituto Alemán de Arqueología de El Cairo que te raptara y te sacara del país con malas artes, declarando que eras una simple pieza de yeso sin valor. La picaresca alemana obvió intencionadamente a las autoridades egipcias que se trataba de tu bella efigie, con más de 3.000 años de antigüedad.

Sin duda, te raptaron contra tu voluntad y de ahí que sean legítimos los esfuerzos del Gobierno egipcio por recuperarte y devolverte del exilio. Pero tu Egipto natal es, en estos momentos, un país convulso y quizá te convenga permanecer en suelo alemán, bien protegida, en un búnker de cristal y con escolta propia. Sólo encuentro reparos a tu nombre teutón: me resisto a llamarte Nofretete.

viernes, 16 de agosto de 2013

UTOPÍAS Y DISTOPÍAS: ¿Acertaron los profetas?


Impersonal.
Foto: Carmen del Puerto.

Estudiaba BUP, discutía sobre Filosofía y amaba a los presocráticos. Fueron años de muchas lecturas. Y, como a tantos, me engancharon las utopías literarias, desde La República de Platón o La Ciudad de Dios de San Agustín hasta La conquista del pan de Kropotkin. Fue entonces cuando se produjo mi primer encuentro con Orwell y Huxley, referentes intelectuales a lo largo de mi vida. El teórico del mundo de la comunicación Neil Postman* acaba de rescatarlos en mi memoria. Y lo ha hecho con su Divertirse hasta morir, un manual de los ochenta sobre la cultura del entretenimiento y el fenómeno de la televisión en Estados Unidos que a mi juicio no ha perdido actualidad, sobre todo si también aplicamos sus conclusiones a nuestra geografía y a los medios digitales contemporáneos. De su demoledor análisis, hoy comparto en el bazar de la Metáfora algunas ideas de su prefacio comparando las antológicas novelas 1984 y Un mundo feliz.

Orwell y Huxley no profetizaron lo mismo. El primero nos advertía de que seríamos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. El segundo nos demostraba que no se requería un Hermano Mayor para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. La humanidad llegaría a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anularan su capacidad de pensar.

Orwell temía a aquéllos que pudieran prohibir libros. Huxley, que no hubiera razón alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos.
Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, a los que llegaran a brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a la pasividad y al egoísmo.
Orwell temía que nos fuera ocultada la verdad. Huxley, que la verdad fuera anegada por un mar de irrelevancia.
Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley, que nuestra cultura se transformara en algo trivial, preocupada únicamente por algunos equivalentes de sensaciones varias.
Orwell temía el control infligiendo dolor. Huxley, el control suministrando placer.
Orwell temía que lo que odiamos terminara arruinándonos. Huxley, que aquello que amamos llegara a ser lo que nos arruinara.

Te invito a juzgar, como Postman, quién acertó más en su profecía y si la cultura deviene en prisión o en parodia.
 
*POSTMAN, Neil. Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”. Ediciones de la Tempestad. Barcelona, 1991. Pp. 5-6.