Detalle de un gran cartel con la imagen de Nefertiti a
la entrada del Neues Museum de Berlín.
Foto: Laura PDP.
Eras tan bella que,
aún hoy, todos te desean. Tu enigmática mirada, aunque te falte el iris del ojo
izquierdo, perturba más que la ambigua sonrisa de la Gioconda. Si hubieras
nacido en Grecia, te habrías llamado Helena de Esparta y habrías dado origen a la
épica guerra de Troya. Pero como naciste en tierra de faraones, desde hace un
siglo son los alemanes y los egipcios los que se disputan tu imagen, aunque sin
llegar, de momento, a las manos.
Poco se sabe de ti,
pero sin duda fuiste algo más que el busto policromado que se exhibe en el
Neues Museum de Berlín. El 6 de diciembre de 1912, el egiptólogo alemán Ludwig
Borchardt te descubrió en el suelo del taller de un escultor llamado Tutmosis,
en las ruinas de Amarna.
Un inciso sobre
Amarna. Fue el sueño de un controvertido faraón egipcio que alteró
significativamente las convenciones del arte y la religión de la época. Una
ciudad nueva levantada al borde del Nilo y rodeada de un semicírculo de
montañas que la aislaban del desierto. Una capital efímera, en el Egipto Medio,
a medio camino entre Menfis y Tebas, y a la que su promotor, Amenhotep IV, alias Akhenatón, bautizó como “horizonte
o resplandor de Atón (disco solar)” por adorar en exclusiva a la divinidad egipcia
que representaba el Sol. Hoy, esta ciudad, conocida como Tell El-Amarna, es un
yacimiento que ha proporcionado a los historiadores una fuente de información
insospechada. Probablemente, porque su esplendor se desvaneció cuando dejó de
ser capital del reino y fue abandonada, digamos que por fortuna, para caer en
el olvido definitivo y permanecer con el tiempo escondida, pero prácticamente
intacta.
Vuelvo a ti, Nefertiti.
Casada con el faraón Akhenatón, fuiste declarada “esposa divina”, lo que
aumentó tu poder terrenal y espiritual como reina egipcia. Desempeñaste un
papel similar al de tu esposo en todas las ceremonias religiosas y compartiste con
él la función pública, algo insólito en el Egipto Antiguo. También lo era ser
representada en escenas íntimas con el rey y tus seis hijas, así como venciendo
a los enemigos del país, una iconografía esta última propia de la realeza
masculina. Algunos autores mantienen incluso que Smenkhare, sucesor de
Akhenatón, pudiste haber sido tú misma.
Borchardt se enamoró
de ti nada más verte. Cómo reprocharle al entonces director del Instituto
Alemán de Arqueología de El Cairo que te raptara y te sacara del país con malas
artes, declarando que eras una simple pieza de yeso sin valor. La picaresca
alemana obvió intencionadamente a las autoridades egipcias que se trataba de tu
bella efigie, con más de 3.000 años de antigüedad.
Sin duda, te raptaron contra
tu voluntad y de ahí que sean legítimos los esfuerzos del Gobierno egipcio por
recuperarte y devolverte del exilio. Pero tu Egipto natal es, en estos momentos,
un país convulso y quizá te convenga permanecer en suelo alemán, bien protegida,
en un búnker de cristal y con escolta
propia. Sólo encuentro reparos a tu nombre teutón: me resisto a llamarte Nofretete.