Paisaje saheliano del norte de Camerún.
Foto: Carmen del Puerto.
Caerse de un árbol tan
literario puede arruinar una infancia, cuando no toda una vida. La película
senegalesa de Jeremy Teicher Alto como un
baobab (2012), presentada en el último Festival de Cine Africano de
Córdoba, ilustra esa contingencia con un complejo drama familiar inspirado en hechos
reales. En el bazar de la Metáfora quiero rendir homenaje a tan exquisita
película y a tan magnífico festival.
Fotograma de la película Alto como un baobab (Jeremy Teicher,
2012).
Fuente:http://vimeo.com/41024518
Me habría gustado escribir
esta historia, contarla en imágenes, rodarla en un pueblo de Senegal, con sus
habitantes convertidos en actores de su propia vida. ¡Cuánto habría dado por
tener ante la cámara a Coumba y a Deba, hermanas inseparables en la ficción y en
la realidad, y admirar de cerca el coraje de la mayor por evitar el fatal
destino de su hermana pequeña, que tan sanamente la envidia! Coumba proyecta
seguir sus estudios universitarios en la ciudad y promete a su hermana que ella
también podrá hacer lo mismo. Me habría enamorado
del noble Amady, el amigo cómplice en el plan de Coumba que se presta a ayudarla
y no sólo cuidando el ganado por ella.
Habría intentado
comprender a esa madre, tan resignada como hermosa, que asume sin resistencia la
voluntad de su marido. También a ese padre de familia, obligado a pactar por dinero la
boda de su hija pequeña, de tan sólo 11 años, con un hombre de avanzada edad. En
principio, se trataba de hacer frente a los gastos hospitalarios de su
hijo mayor, Sileye, tras caerse del baobab y quedar fuera de juego en la
economía familiar. Después, cuando Coumba cree haber resuelto la situación, nos
encontramos con que el padre no puede defraudar a la comunidad y a su imam incumpliendo
su palabra.
También querría haber debatido
con el maestro local si la escuela es realmente el enemigo de la familia, como
creen en ese tradicional pueblo senegalés, hasta el punto de enfrentar a escolares
y padres cuando estos últimos se obstinan en que prevalezcan las costumbres
sobre la razón.
Sí, me habría gustado
haber hecho esta película, pero se me adelantó Jeremy Teicher. ¡Cuánto le
envidio! Quizá yo hubiera cambiado el final, con la esperanza más nítida en el
horizonte, pero no habría reflejado tan acertadamente el sentimiento de frustración
y la tensión entre el peso de la tradición y los derechos humanos. Aquí no
caben relativismos culturales por los que debamos respetar los matrimonios
infantiles. Los niños son niños en todos los continentes y nadie tiene derecho
a robarles la infancia, ni por la tradición, ni por el cumplimiento de la
palabra dada, ni por necesidades de subsistencia. Incluso en este último caso,
que podría encontrar alguna suerte de justificación, me resisto a creer que los
seres humanos no seamos capaces de hallar otras soluciones. ¿Tan inútiles
somos?
Página del director:
http://www.fcat.es/FCAT/


Que historia tan conmovedora...M&M
ResponderEliminarUna historia preciosa, real y conmevodara, como la vida misma en muchas de las comunidades vecinas...si digo vecinas, porque la ceguera que tenemos para lo que nos interesa, no resta importancia al hecho de que realmente son nuestros vecinos y hermanos quien tienen que luchar demasiado para tener lo que otros vecinos derrochan y malgastan¡¡
ResponderEliminarSiempre digo y esta es una historia mas, que Africa es un continente además de muy diverso regado de ingenuidad, lo que hace que estas y otras historias nos lleguen directas aL corazón.
Gracias Carmen, por hacer una reflesxión tan bonita de esta pelicula, es un lujo parael Fcat tener espectadores con una mirada como la vuestra tan sabia, culta y útiles .Para mi es el mejor de los premeios. Para ti el GRIOT LITERARIO¡¡