Chicos
jugando a las cartas (Rafael Romero Barros, h. 1876-1877).
Museo de Bellas Artes de Córdoba.
Foto: Carmen del Puerto.
Philippe Ariès no era
un historiador convencional. El francés de orillas del Loira sostuvo que la
niñez o, más exactamente, el sentido de la infancia no existía en la Edad
Media. Según él, la conciencia de la misma en nuestro imaginario colectivo como
una fase del desarrollo humano se remonta a principios de la Edad Moderna. Los
marxistas también se interesaron por la niñez proletaria, pero lo hicieron para
condenar los efectos sociales del capitalismo (temprana inserción laboral, altas
mortalidad y morbilidad…). Ariès, en cambio, fue el primero en dar a los niños
protagonismo en la Historia, permitiendo entender el mundo de las
representaciones que la sociedad ha construido sobre la infancia. (También puso
de moda el tema de la muerte, pero esa es otra “historia”).
Al investigador
francés le llamó la atención que, hasta el siglo XVII, el arte no incluyera a
la infancia en sus manifestaciones, sustituyendo a los niños por adultos de
tamaño reducido. De esta observación derivaron sus polémicas conclusiones cuando
comparaba la sociedad tradicional con la sociedad moderna. “En la primera –señala
el también historiador Jorge Rojas Flores-, la familia no cumplía un rol
relevante en la socialización, y el aprendizaje se realizaba en la comunidad.
Tampoco cumplía una función afectiva, ya que el amor no era indispensable que
se desarrollara en su interior y los sentimientos hacia los niños eran superficiales.”
En la sociedad
moderna, parejo al sentimiento familiar que resultó de la creación del espacio
privado y del abandono de la vida colectiva, los niños sufrieron –en palabras
de Ariès- una suerte de reclusión equivalente a la de los locos, los pobres y
las prostitutas. Advirtió que fue entonces cuando la familia comenzó a
organizarse en torno a los niños y que la libertad de que éstos gozaban
anteriormente se transformó en diversos mecanismos de control y protección
hacia ellos. En ese sentido, y como señala Rojas Flores, Ariès “terminó
valorando –con clara nostalgia- el anonimato infantil de la sociedad
tradicional, que diluía las posibilidades de control y represión y producía un
tránsito menos forzado de la niñez a la adultez.”
A este genuino
representante de la llamada Historia de las Mentalidades, preocupado
intelectualmente por la infancia, equivocado o no, y que contribuyó a consagrar
el uso de la iconografía en los estudios históricos, dedico este óleo del padre
de Julio Romero de Torres inmortalizando a sus hijos menores. En el cuadro, el
propio pintor de “La chiquita piconera” aparece retratado a la puerta de su casa
en la cordobesa Plaza del Potro, observando atentamente cómo sus hermanos, adultos
en su actitud, juegan a la brisca. ¡Y, ojo, que pinta en bastos!
*Recomiendo este
ensayo de Jorge Rojas Flores de donde he extraído las citas:
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