Torre del Rotes Rathaus (Ayuntamiento Rojo) de Berlín,
oculto tras varios silos de una empresa de
construcción austriaca.
Foto: Carmen del Puerto.
Dicen las guías que el
Ayuntamiento Rojo (Rotes Rathaus) de Berlín se llama así por el color de sus
ladrillos, no por la ideología de su alcalde. Si bien es cierto que, hasta la
reunificación de Alemania, la orientación política de las autoridades de Berlín
Este era de un “rojo” intenso.
Si yo hubiera nacido
hija de un pastor luterano con su ministerio en la Alemania de influencia
soviética. Si hubiera militado en las Juventudes Comunistas de la RDA (República
Democrática Alemana). Si hubiera estudiado Física en la Universidad de Leipzig y
me hubiera doctorado con una tesis sobre química cuántica titulada “Influencia
de la correlación espacial de la velocidad de reacción bimolecular de
reacciones elementales en los medios densos”. Si hubiera presidido el partido
alemán Unión Demócrata Cristiana. Si hubiera sido canciller de la República
Federal de Alemania y la estadista más poderosa de la Unión Europea. En
definitiva, si me llamara Angela Merkel…
No me presentaría a la
reelección en 2013. Cambiaría la cancillería y el Bundestag (Cámara Baja del
Parlamento alemán) por la alcaldía del Ayuntamiento Rojo de Berlín, cuyo aire
renacentista italiano me inspira más que la moderna cúpula diseñada por el
arquitecto inglés Norman Foster para coronar el Reichstag*. Y me
haría famosa invitando a un “relaxing cup of café con leche” con acento alemán en
la Alexanderplatz, la concurrida plaza aledaña.
*Nombre que recibía, antes de que Hitler lo disolviera,
el Parlamento alemán y su edificio. El Reichstag fue incendiado en 1933 por los
nazis, aunque se acusó de ello a comunistas y socialdemócratas.
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